En qué creemos
Creemos en un solo Dios, creador del cielo y de la tierra, quien existe en tres personas: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Nuestro Dios es un Dios de amor, misericordia y gracia. A la vez nuestro Dios es justo, santo, y perfecto.
Dios – a su nombre – ¡gloria!
Creemos en la Biblia, que es la Palabra de Dios mismo: Lo que la Biblia dice, Dios dice. Por medio de la Biblia podemos conocer a Dios, su amor, y su voluntad. La Biblia es completamente confiable y no se equivoca en lo que afirma. Nos comprometemos a estudiar y a obedecer la Palabra de Dios.
Así sea – ¡Amén!
Creemos que todos somos pecadores: Confesamos que no hemos vivido como lo deberíamos, y hemos sido indiferentes hacia Dios. Así que hemos ofendido a Dios santo. Por eso, merecemos estar separado de Dios en castigo eterno como pago por nuestros pecados. El único quien nos puede salvar y reconciliar con Dios es Jesucristo.
¡Señor – ten misericordia de mi!
Creemos en Jesucristo a quien Dios envió al mundo para salvarnos. Nació de la virgen María, y vivió una vida perfecta en la tierra. Jesús mostró su gran amor por nosotros cuando fue crucificado y murió en nuestro lugar. Así pagó una vez para siempre el precio por nuestros pecados. En la cruz, Jesús venció al poder del pecado, de la muerte, y de Satanás. Y al tercer día resucitó de entre los muertos.
Jesucristo – ¡tú vives!
Creemos en Jesús y su muerte y resurrección por nosotros. Por eso somos salvos, somos hijos de Dios, somos amigos de Jesús. Esta salvación hemos recibido por gracia, que es un favor inmerecido. Nadie puede ganarse la salvación por sus buenas obras ni sacrificios. Si confesamos nuestros pecados, Dios nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.
¡Jesús – perdóname mis pecados!
Creemos que nuestra obediencia es una expresión de nuestro amor por Jesús. Vivimos nuestra vida de acuerdo con nuestra nueva identidad como hijos de Dios. Nos comprometemos a seguir fielmente a de Jesús.
¡Jesús, te amo!
Creemos en el Espíritu Santo, quien vive en nosotros desde el día de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos convence del pecado, nos guía, nos da dones espirituales para servir a Dios en nuestra ciudad. Él nos fortalece y nos ayuda a madurar espiritualmente. Por eso, ponemos todas las áreas de nuestra vida bajo su control.
¡Espíritu Santo – haz tu obra en mi!
Creemos en la iglesia que es la familia de Dios. Practicamos el bautismo en agua y celebramos la Cena del Señor. La iglesia es llamada a adornar el evangelio para mostrar la belleza de Dios. Participamos activamente en hacer la obra de la iglesia, sirviendo a los hermanos y buscando el bienestar de la ciudad.
Señor, aquí estoy – ¡Utilízame!
Creemos en la segunda venida de Cristo, esperamos confiadamente la resurrección de los muertos y la reconciliación de todas las cosas. Creemos en la vida eterna y la muerte eterna. Jesucristo regresará en gloria y poder y juzgará a los vivos y a los muertos. Los que lo rechazaron sufrirán su ausencia por la eternidad. Los que han confiado en él disfrutarán su presencia en el cielo. Allí no habrá llanto, ni tristeza, ni dolor, ni pecado, ni la muerte. Veremos a nuestro Señor Jesús cara a cara para siempre. Y ante Jesús se doblará toda rodilla y confesará que Jesucristo es el Señor.
Así sea para siempre – ¡Amén!
Prácticas distintivas
“¿O no saben ustedes que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte? Por tanto, hemos sido sepultados con El por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.” (Romanos 6:3–4).
El bautismo cristiano es un testimonio público y visible de:
a. El perdón de los pecados otorgado por Dios en Cristo (Hechos 22:16; 1 Corintios 6:11; Efesios 5:25–27).
b. La nueva vida en Cristo (Tito 3:5).
c. La presencia permanente del Espíritu Santo como el sello de Dios que testifica y garantiza que la persona va a estar guardada y segura en Cristo para siempre (1 Corintios 12:13; Efesios 1:13–14).
El bautismo contiene estos significados porque primera y fundamentalmente, simboliza la unión con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección (Romanos 6:3–7; Colosenses 2:11–12), tornándose así, en la fuente de vida plena (1 Juan 5:11–12).
La recepción de esta señal de fe les da a las personas bautizadas la seguridad de que el don divino de la justificación y la santificación en Cristo les han sido dados de manera gratuita. Al mismo tiempo, las compromete a vivir como discípulos obedientes de Jesús.
El bautismo marca una línea divisoria en la existencia del ser humano, porque simboliza haber sido injertados, como nueva criatura, en la vida resucitada de Cristo.
¿Por qué realizamos el Bautismo?
Cristo les ordenó a sus discípulos que bautizaran en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mateo 28:19). Esto significa ser incorporado en una comunidad donde se conoce y ama a Dios como Padre, se vive bajo la autoridad del Hijo y dependemos de los recursos del Espíritu para nuestra vida y misión. Significa vivir bajo el dominio y dirección del Trino Dios.
¿Somos salvos por haber sido Bautizados?
La señal externa no trae consigo de manera automática ni mágica las bendiciones internas que simboliza. La profesión de fe de los candidatos no siempre es genuina. Pedro le tuvo que decir a Simón el mago poco después de haber sido bautizado éste, que aún su corazón no había sido renovado (Hechos 8:13–24).
¿Quiénes y cómo deben ser bautizados?
El bautismo es real y válido si hay presencia de agua y se realiza en el nombre de cada una de las personas de la Trinidad en una atmósfera de fe genuina.
En IDC reconocemos que en la cristiandad no hay una sola manera de comprender y practicar el bautismo pero recomendamos encarecidamente la exigencia de una fe personal previa, y administrarlo por inmersión total del cuerpo, en la medida que esto sea posible.
¿Qué es la Santa Cena?
La Santa Cena es un acto de adoración que toma la forma de un banquete ceremonial en el cual los discípulos de Jesucristo comparten pan y vino en memoria de su Señor crucificado y en celebración de la nueva relación de pacto con Dios por medio de la muerte de Cristo.
La Confesión de Westminster, declara:
Nuestro Señor Jesús, en la noche en que iba a ser traicionado, instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre, llamado Cena del Señor, para que lo observara su Iglesia hasta el final del mundo, como recuerdo perpetuo del sacrificio de sí mismo en su muerte; el sello de todos los beneficios de ese sacrificio para los verdaderos creyentes, su alimentación espiritual y crecimiento en Él, un estímulo mayor para ellos en todos sus deberes para con Él, y para cumplirlos todos ellos; y para ser un lazo y promesa de su comunión con Él y entre sí, como miembros de su cuerpo místico.
Los pasajes que hablan de la Cena en la que se apoya esta declaración son los cuatro relatos de su institución (Mateo 26:26–29; Marcos 14:22–25; Lucas 22:17–20; 1 Corintios 11:23–25) y 1 Corintios 10:16–21; 11:17–34.
El sermón de Jesús (Juan 6:35–38) acerca de sí mismo como el Pan de vida, y la necesidad de alimentarnos de Él fue predicado antes de que existiese la Santa Cena, y es mejor comprenderlo relacionándolo con aquello que la Cena simboliza (esto es, la comunión con Cristo por la fe), más que con la Cena misma.
La Santa Cena tiene tres niveles de significado para los participantes:
- En primer lugar tiene una referencia al pasado, a la muerte de Cristo que recordamos.
- En segundo lugar tiene una referencia al presente‚ a nuestra alimentación comunitaria en Él por la fe, con consecuencias en cuanto a nuestra manera de tratar a los demás creyentes (1 Corintios 11:20–22).
- En tercer lugar, tiene una referencia al futuro‚ puesto que esperamos el regreso de Cristo. Mantiene viva esta gloriosa expectativa.
Se nos aconseja un examen previo de nosotros mismos, para asegurarnos que nuestra participación sea consiente y apropiada. (1 Corintios 11:28).
¿Quiénes deben participar en la Cena del Señor?
Reconocemos que tradicionalmente la participación se ha restringido a cristianos bautizados en plena comunión con el Señor y respetamos esta práctica tradicional de muchas iglesias.
En nuestra comunidad no excluimos a nadie que desee participar en respuesta al Evangelio de la Gracia que ha sido proclamado. Si es una persona que aún no tiene una relación viva con Jesucristo lo animamos a que exprese su deseo de convertirse en discípulo de Jesucristo participando de la Cena. Si es un cristiano que está alejado de su Señor, creemos que participar de la Cena del Señor es una extraordinaria oportunidad de reconciliarse con Jesús. Si es un creyente de buen testimonio, la Cena del Señor es un momento de renovar y profundizar su compromiso de continuar amando y obedeciendo a Jesús.
Por eso, no imaginamos un servicio de adoración de nuestra comunidad donde la mesa del Señor no sea servida, ya que es una expresión visible de la presencia del Señor en medio nuestro y su anhelo de tener comunión profunda con cada uno de nosotros.
¿Por qué debemos dar?
Dios es la fuente de todas las bendiciones, temporales y espirituales; todo lo que tenemos y somos se lo debemos a Él. El mayor de todos los dones recibidos fue la inmensa generosidad con la que Jesucristo entrego su vida para nuestra salvación.
Esto pone a los cristianos bajo una gran deuda espiritual para con todos los seres humanos, que la razón por la que este gran sacrificio fue hecho debe ser conocida por cada habitante de la tierra. Por tanto, debemos servir a Dios con nuestro tiempo, talentos y posesiones materiales; reconociendo que todo lo que tenemos nos ha sido confiado para usarlo para la gloria de Dios y para ayudar a otros. Por lo tanto, de acuerdo con las Escrituras, los cristianos deben contribuir de lo que tienen, alegre, regular, sistemática, proporcional y liberalmente para el progreso de la causa del Redentor en la tierra.
¿Cuánto debemos dar?
Reconocemos que la respuesta a esta pregunta queda en el ámbito de la libertad que recibimos como un don de Dios y por la que Cristo murió. Debemos recordar que para Dios es más importante ¿Por qué damos? Que ¿Cuánto damos? Y esto es así, porque la fe cristiana es una fe del corazón y Dios antes que la cantidad de dinero que damos mira nuestro corazón.
Pero para aquellos que preguntan honesta y sinceramente al Señor: ¿cuánto debo dar? Les animamos a considerar las palabras de Tim Keller, un pastor respetado y muy querido alrededor del mundo:
“Ha habido ocasiones cuando las personas han venido a mí como su pastor y me han preguntado acerca del ‘diezmo’, el dar una décima parte de su ingreso anual. Ellos observan que en el Antiguo Testamento hay mandamientos muy claros con respecto a que los creyentes deben dar un 10 por ciento. Pero en el Nuevo Testamento los requisitos específicos y cuantitativos son menos prominentes. A menudo me preguntan: ‘¿Realmente crees que ahora, en el Nuevo Testamento, se exige a los creyentes dar un diez por ciento? ¿Verdad que no?’ Lo niego con la cabeza y ellos dan un suspiro de alivio. Pero prontamente añado: ‘Te diré la razón por la que no ves el requisito del diezmo está claramente delineado en el Nuevo Testamento. Piensa. ¿Has recibido más de la revelación, verdad y gracia de Dios que los creyentes del Antiguo Testamento o menos?’ Usualmente hay un silencio de incomodidad. ‘¿Somos más “deudores de la gracia” que lo que fueron ellos o menos? ¿“Diezmó” Jesús su vida y su sangre para salvarnos o lo dio todo?’.
El diezmo es un estándar mínimo para los creyentes cristianos. Realmente no quisiéramos encontrarnos en una posición en la que demos menos de nuestros ingresos que lo que hicieron aquellos que tuvieron un entendimiento menor de lo que Dios hizo para salvarles”.
En IDC añadiríamos que más importante que el porcentaje de tus ingresos que decidas dar para la extensión del Reino de Dios en la Tierra, lo valioso es cultivar el valor de la generosidad en respuesta a la generosidad sin límites con la que Cristo entregó toda su vida sacrificialmente por nosotros.